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miércoles, 23 de enero de 2013

El escritor y diplomático arequipeño CARLOS HERRERA publicará su nuevo libro HISTORIA DE MANUEL DE MASIAS… Y OTROS TEXTOS GASTRONÓMICOS en LA TRAVESÍA EDITORA





No tenemos mejor y excelente forma de iniciar nuestras labores editoriales de La Travesía Editora el 2013 que anunciando la publicación del libro HISTORIA DE MANUEL DE MASIAS, EL HOMBRE QUE CREÓ EL ROCOTO RELLENO Y COCINÓ PARA EL DIABLO Y OTROS TEXTOS GASTRONÓMICOS, último trabajo del gran escritor y diplomático arequipeño Carlos Herrera. Como indica su amplio título, el libro reúne, además de ficciones, artículos que refieren las preocupaciones de este escritor por lo gastronómico, tema inevitablemente cercano a nuestra ciudad y de evidente actualidad en nuestro país.
Así, Carlos Herrera sumará dentro de unos meses un nuevo y original título a una lista ya nutrida de libros que han marcado todo un estilo de hacer literatura en el Perú, libros como “Morgana” de 1988, la emblemática y contradictoria historia de Ulises García en  
“Blanco y Negro” de 1995 y la excelente novela “Claridad tan Obscura” de muy reciente aparición.

Así, Carlos Herrera sumará dentro de unos meses un nuevo y original título a una lista ya nutrida de libros que han marcado todo un estilo de hacer literatura en el Perú, libros como “Morgana” de 1988, la emblemática y contradictoria historia de Ulises García en  “Blanco y Negro” de 1995 y la excelente novela “Claridad tan Obscura” de muy reciente aparición.

Para concluir dejamos los links de un par de entrevistas hechas al escritor arequipeño aparecidas en la revista El Hablador y fenecido Semanario de Política y Cultura El Búho

martes, 22 de enero de 2013

ZOILA por Jorge Álvarez


Fui invitado a decir unas palabras en la presentación de “Acuarelas”, la nueva novela de Zoila Vega Salvatierra. Me salió esto.
Hace 6 años, cuando Zoila Vega acababa de ganar el premio de Novela Corta “Julio Ramón Ribeyro” por su primer trabajo, “Cápac Cocha”, yo era un reportero más que sorprendido.
Primero porque Zoila en ese momento era muy conocida en estos lares por su trabajo al mando de la Orquesta Sinfónica de Arequipa. Su juventud al asumir ese encargo, además de su forma tan particular de dirigir a sus músicos, le conferían (a los ojos de quienes hacíamos prensa cultural) cierto halo venerable que obligaba siempre a hablar de ella con respeto. Hasta con miedo.
Segundo porque la noticia de un premio literario para un prosista arequipeño siempre alborota. Los poetas de alguna forma nos han acostumbrado a ganar algo con regularidad. Pero en novela la cosa es más complicada.
Entonces teníamos un premio de novela para una autora arequipeña que además era reconocida por su talento en la dirección de la Orquesta Sinfónica y su destreza con el violín, ese instrumento que puede sonar como un gato padeciendo bajo los torturas del Grupo Colina, pero que en manos talentosas como las de Zoila es magia pura. Había pues que buscarla para hacerle una entrevista.
Era la primera que la veía fuera de la solemnidad de sus conciertos. Sin el frac ni la batuta, parecía casi normal, excepto por una excesiva alegría que, después descubrí, es el modus operandi con el que afronta la vida. Se ríe de todo, hasta de sí misma, y ni siquiera se tomaba en serio el hecho de haber ganado un premio por el que muchos de esos que van por ahí anunciándose con cierta pompa diciendo “soy escritor”, hubieran vendido su alma a Marilyn Manson.
El extremo de esa risa fue cuando dijo algo contundente: “Fue un accidente”.
Ese accidente es una de las mejores novelas que se han escrito en Arequipa.
O sea que a Zoila se le chispoteó, fue sin querer queriendo y además en esos días, en las múltiples entrevistas que daba sobre el tema, no tenía el menor reparo de decir cosas como “Puede verse arrogante que venga alguien que no es del gremio y gane y encima diga que no le interesa ser escritora. Pero no, la verdad, yo tengo otra vida, la música, que me hace sufrir y me despeina.”
Pero los que nos despeinamos fuimos sus lectores. Porque “Cápac Cocha” resultó ser algo tan fresco, además recurriendo a una fórmula casi en desuso que es contar la historia a través de cartas, que no había forma de que algo así fuera un chiripazo. Un gol del Checho para ponerlo en términos futbolísticos. Había allí algo que prometía posteridad. Los accidentes no existen, decía Sigmund Freud.
Hoy asisto con placer a la confirmación de mis sospechas. Porque “Acuarelas” se publica para decirnos a todos que Zoila Vega es una escritora sorprendente.
La historia arranca con una imagen que ella ha visto toda su vida, una acuarela pintada por su padre, Don Alberto, cuya obra se vuelve precisamente la columna vertebral de esta novela, donde el protagonista vuelve a ser un sujeto envuelto en su cotidianeidad, pero debido a un descubrimiento extraordinario se torna un investigador para ir contándonos en medio de sus pesquisas, un relato donde el arte y la guerra se revelan como lo que siempre han sido: enemigos mortales.
Ese investigador podría ser la misma autora, quien además se ha revelado como una científica de sus dos pasiones. Pero con este libro, el teclado y las letras deben ser ahora inherentes a ella como antes lo fueron su arco y violín, conviviendo ambos talentos en alguien que encima se da el lujo de seguir riéndose de todo esto. Zoila, vas a desquiciarnos a todos con tu despreocupación.
Un aplauso extra merece su editor, Arthur Zeballos, quien supo ver en Zoila lo que sus no pocos fans descubrimos en ella desde los primeros párrafos de “Cápac Cocha” y ratificamos hoy con “Acuarelas”. Que estamos ante un personaje que a fuerza de disciplina, talento y algunos desequilibrios encaja en el concepto que tengo de lo que es un genio. Lo que hace con el violín es estremecedor. Su prosa posee el brillo de lo valioso. Habría que darle algunos pinceles, lienzos y libertad. Estoy seguro que la veríamos exponiendo en algún museo dentro de muy poco.

La casa del cerro “El pino” por Jorge Monteza



Arequipa, La Travesía Editora, 2012, 84 pp.
Este breve libro de relatos posee la sustancia y la fuerza narrativa que uno de los mejores escritores de la literatura peruana actual ha sabido fecundar, y cuyo despliegue épico se halla en novelas de extraordinaria factura como Rosa cuchillo y Hombres de mar. Los componentes de esta inquietante alquimia literaria son connaturales a nuestra cultura: ande y urbe, mito e historia. La casa del cerro “El pino” (Arequipa, La Travesía editora, 2012) condensa, en diversos elementos, tal composición en la que se oponen el amor y la muerte, el dios andino y el dios cristiano,  la memoria histórica y la memoria mítica; pero también establecen tan íntima relación que se complementan y hasta se confunden. Al producirse ese sincretismo es cuando estas historias destilan su jugo, su esplendor y su verdad. La casa del cerro, cuento que presta su nombre al título de este libro, es una sutil muestra de esto. En el interior de la casa se confunden elementos de la revolución subversiva (históricos) con elementos míticos (una estatuilla que parece representar un antiguo dios andino); la narrativa de este relato es casi fotográfica, un admirable manejo de la técnica descriptiva logra que narración y descripción se confundan. Los otros cuentos no se alejan de esta pauta, aunque eso sí, cobran mayor dimensión en lo andino y lo mítico.
Sus personajes tienen un rasgo en común muy marcado: en un contexto de violencia –la violencia de la guerra política de los años ochentas– son buscadores eternos y utópicos de justicia, incluso después de la muerte. Hacia ella está dirigida su fe y esperanza aun cuando se llega a confundir con la venganza. El vínculo de este tema con lo mítico está en “la vida después de la muerte”, las almas en pena que proporcionan una mirada distinta de la historia.
Estos y otros elementos, como en la elaboración de una pócima se combinan y producen, cómo no decirlo: de manera mágica, voces que nos parecen tan cercanas y familiares y a la vez, remotas. “Escuchamos” la voz de Hilaria que cuenta cómo apareció el mundo y cómo se ordenó por mandato de Wiracocha; la voz del niño que cuenta la lectura de la surte que su madre hace de la “Guerra grande”. Son historias contadas de la mejor forma que pueden serlo: en clave oral. Por eso los diálogos y el narrador en segunda persona son fundamentales.
En las páginas de este libro también hallaremos la sustancia de los múltiples recursos técnicos que el consagrado escritor Óscar Colchado maneja tan bien, al punto de que esa visión mítica y mágica de la realidad nos parece, a los lectores, tan natural como seguramente a él mismo o a cualquiera de sus personajes. Entonces, por obra y gracia del lenguaje, el narrador nos sitúa, aunque sea de manera temporal, en esa visión de la realidad. Una muestra más de que es una ingenuidad creer que el trabajo con el lenguaje pertenece solo al plano de la forma. Es preciso, también, reconocer en ese trabajo un contenido ideológico y cognitivo.
Colchado es un narrador nato; de aquellos que pueden transmitir a uno la sensación de que en vez de leer; se está, al calor de un fuego, sentado, escuchando historias de lejanos familiares; pues guarda la convicción de que hasta las desgracias se curan contando historias, como se insinúa en uno de los cuentos de este libro.