Por Juan Carlos Valdivia Cano
INTROITO
No es crítica literaria. No se hacen juicios literarios
sobre la obra. Es la opinión de un
amante, no correspondido, de la literatura, que no hubiera dado a conocer si no
se la pidieran para su presentación. Lo que importa en una presentación es
animar a leer lo presentado, si cree que vale la pena. Eso es todo. El medio puede variar. No se trata de agotar
la descripción y el detalle de la obra. Se trata de elegir y animar, de traducir y condensar, de determinar el
sentido y ponerlo en la barroca escena
sobre la escena. Expresar lealmente lo
que sientes, piensas, percibes, intuyes y cómo te afecta personalmente, con
sinceridad y precisión literaria. Con generosidad, pero sin traicionarte a ti
mismo.
CAFÉ CON COGNAC
Es un verdadero aperitivo literario, acorde con el
bello y nostálgico menú cinematográfico y musical que es el índice de estos pequeños
grandes dramas, capaces de reinventar la
tristeza a pesar de, o gracias a, un siglo de melodramas y telenovelas. Un raro
café con cognac, que parece el extremo opuesto de esos que nos hacía saltar de
euforia en otra época con amigos lejanos,
que avivaban, como ningún trago, los aún inconfesables llamados de la no muy santa natura.
Aquí el café–cognac parece estimular más bien el espíritu.
Una pareja que parece la normalidad por excelencia, cuando la anormalidad se ha vuelto lo normal.
De clase media, más culta que el promedio normal,
cosa que existe pero sólo en abstracto, como dato estadístico. De ésas que leen por ansiedad o por adicción. Para variar se conocen en un
Café, tomando café…con cognac y música de Silvio, no el peinador peruano, sino el trovador novocubano. Todo empieza con
la orgullosa y vanidosa competencia por ver quién sostiene
más tiempo la mirada. Todo empieza con una mirada: la insostenible.
Una pareja de esas que se conoce en la Biblioteca
Municipal y luego salen juntos, aunque todavía
no revueltos, hablando de Flaubert, en dirección a la Plaza de armas. Y siguen saliendo por
algunos años y siguen leyendo juntos y siguen yendo al Café con cognac y Silvio.
Y así,
piensa ella ,“la rutina fue
enquistándose en su vida a pasos
lentos hasta convertirse en aversión”
para utilizar las palabras del narrador.
“Ya no soporta la chompa roja de Martín, ni el aburrimiento de los días de
interminables lecturas”. Y ella terminó por sacar los pies del plato, con ayuda
del Arquitecto. Y pensar que un día “no le importó mutilar una de las enciclopedias
de arte de su padre, para poner en cuadro “El dormitorio de Arles” y llevárselo
a Martín por su cumpleaños”.
Intentaron
reencontrase tiempo después, pero “algo fallo”. El azar es cómplice en la
juventud, señala el narrador, después
todo debe ser rigurosamente planeado. Y hasta el café con cognac ha
cambiado y la música ya no es la misma. Y luego la conversación del reencuentro,
una competencia de vanidades y reconvenciones
defensivas, que los lectores de Holderlin se pueden dar el lujo de darle una forma elegante, con intercambios
literarios e inacabable interpretación de recuerdos incluidos, pero la guerra continúa.
El amor debe irse. Martin ya no es Rodia , es un escritor.A la larga, lo único
que reconoce después de tantos años , “es una quijada vieja que le provoca el
mismo asco que a uno de los Karamasovlos
movimientos de la nuez
de su padre…”
Al final sonríe y “se enternece al ver una mirada, la
insostenible del café, que se va extinguiendo, que pese a su vanidad se va escondiendo, que va perdiendo los segundos
que una vez ganó”
LA PELÍCULA
Con la omnipotencia
de Erik Satie y Federico Chopin, en contexto latinoamericano y alguna
que otra acertada pregunta o comentario
postmarxista, se desenvuelve la película, esta película. Para variar, una relación que podemos llamar “relación de
amor” para evitar demasiadas explicaciones. Con sus idas y vueltas, celos
y pasiones, momentos excepcionales, enojos y reclamos, tedio y muerte. Es la hora
en que los interesados sacrificios del
principio de la relación,se han convertido en norma exigente y exigida.
A pesar de lo anterior, se diría que en este caso se trata de un“amor
de verdad” ¿Cómo? No se asusten, trataré de aclararlo: primero hay que ver que quiere decir “de verdad” Por lo pronto no quiere decir “amor verdadero”, por
oposición a falso amor o amor bamba.
Tampoco quiere decir perfecto amor ,
como el conocido cognac francés: ParfaitAmour.
Porque, que se sepa, amor humano perfecto no
hay ni en el planeta Venus, ni en el topusuranus. Y tampoco quiere decir
“buen amor” , como el deJuan Ruiz, el Arcipestre de Hita, en la Edad Media hispana, aunque esta sea nuestra versión favorita.
Amor de verdad solo quiere decir amor de carne hueso y
sangre y odio y poder y momentos felices y sacadas de vuelta y todo lo negro de la vida y uno que otro
momento sublime. Dos o más personas de carne y hueso comunes y corrientes: José
, Valeria… y el arquitecto. Los dos
primeros son de esas parejas que se sientan en el piso del cuarto de uno de
ellos juntando los hombros, sólo que en este sofisticado caso el fondo era con música deErikSatie. Una relación que termina
como las de millones de relaciones de pareja de carne y hueso, con
todo lo que implica. Como terminan nuestras vidas, como termina la de Valeria.
La lucidez parece estar empedrada de desengaños.Alguna
vez le dijo Martín a Valeria que haría
una película con esa escena en su
cuarto, hombro con hombro, con la Gimnopédies de Satie de fondo,
impajaritablemente, “una película que ahora sabe muy bien que nunca hará”.
INTERLUDIO
Hablaba en ese momento y vivió alguna vez en la casa “donde la luz duerme”, ahora una inmensa casa vacía que alguna vez pareció
pequeña cuando vivía en ella con su familia. Allí entra “la luz de los postes por las
ventanas y se despliega cómodamente por
el piso, palpa, se estira a su antojo,
se acomoda y duerme. La luz duerme en nuestra casa”
Y así, intentando llegar a esa casa, empieza el
cansancio, el gran cansancio que se inicia en las rodillas y llega hasta adormecer su
cerebro y envejecer su sangrey lo hace volver al mismo estado que el piano inerte,
empolvado y algo destartalado que ha dejado de tocar hace mucho, jubilando sus talentosas manos musicales, que se rebajaron al placer de las caricias y
los contactos de la piel pegajosa y abandonaron a Dios a quien antes ofrecía su
música. Era la época en que perseguía a Chopincito (no Tonto, como quería
llamarlo su enamorada). Era su engreído,
desde cuando era chiquito, orejón y de
ojos tristes y jodía, se meaba y cagaba por doquier. Y a la vez que sus manos de ex pianista se
hacían cada vez más inútiles, Chopincito crecía.Cambiar a Dios por pieles
tersas y pegajosas y noches frenéticas, fue demasiado.
Era uno de esos tíos normales, en épocas de anormalidad,
de esos que cada semana “vuelven del mercado con dos bolsas llenas del
presupuesto semanal”, humano,
simple, feliz, comenta el narrador.Y
Chopincito siempre intentando morderse la cola que no tenía, el muy tontito,
perdón …Chopincito. Porque no se llama Tonto, como quiere que se llame su mujer, porque persigue la cola que no tiene.
¿Será que cuando
uno no cumple su destino es castigado por el Dios abandonado y sustituido por
un poco de piel pegajosa? ¿O será que cada uno inventa su pecado, su castigo y
su infierno? Y así el talento se venga cuando lo abandonas, advierte el
narrador.Todo lo demás es tristeza, que, como dice Vinicius de Moraes, nao tem
fin (felicidadesí). Esa tristeza que lo atrapó y lo encerró, por la cual ya no quiso ni ver, ni pensar, ni dormir ¿Cómo va a pensar o dormir si su cuerpo,
tullido e inútil, ya no le permite entrelazarse con ella, con su cuerpo? Y un día
se lo llevaron. Y felizmente no estaba Chopincito en ese momento, sino su tristeza se hubiera convertido en furia a la hora en
que llevaban a su amigo a no sé qué
sanatorio, mucho más triste todavía que
la ahora inmensa casa vacía.
PATIO
La tristeza que, como hemos visto, no tiene fin,
y la belleza más o menos presentes en el libro, la escena o el film, se
acentúan en esta repulsiva y opresiva experiencia familiar, que se desata cuando el
hijo mayor, Ernesto, cae del primer piso y muere después de tres días de agonía. Lo demás
es la consecuencia que trajo esa muerte en
cada uno de los miembros de la familia: en el hermano menor, en los padres y
especialmente en la abuela que, en silla de ruedas, engreía a Ernesto, lo que agregaba leña al
fuego de la envidia del hermano menor. La abuela murió virtualmente el día que Ernesto murió,
por causa de la cainita pasión de este
último. Como en Teorema de Pier Paolo
Passolini, sólo que en la película de Passolini no llega el mal sino el ángel
del amor, en forma de un juvenil TerenceStamp, que, valga la redundancia, hace
el amor con cada miembro de la familia burguesa, incluida la empleada
provinciana y proletaria: la película
trata de las consecuencias posteriores, caso por caso, del padre a la empleada.
Cuando murió Ernesto, “sus padres se fueron recluyendo y ensimismándose”. La abuela sólo
quería que la saquen al patio para quedarse absorta frente al lugar en que
Ernesto se accidentó mortalmente. El
hermano menor perdió un año de colegio porque no quiso salir más de la casa
después de la muerte de Ernesto. El problema empieza cuando sus padres no le
hicieron caso cuando les pide ocupar el
cuarto de Ernesto, después de su muerte. Cuarto que él quería para sí y al que él se creía con
derecho, desde que Ernesto le prometió dejárselo. Sin embargo lo destinan para depósito bajo llave. La típica maldad
familiar producto del miedo o el odio de la abuela, que sugirió ese destino.
Pero él tenía que entrar a ese cuarto.
La envidia del hermano menor se agudizó cuando Ernesto,
aún en vida, trajo a su enamorada Rosa, y subía al cuarto“con una cara de
felicidad que nunca antes le había
visto”. Y se daba el trabajo de anotar
todos los movimientos, entradas, salidas, horas, todo, como para no
dejar dudas respecto al significado de
la envidia como pasión. La abuela era cómplice de Ernesto y a él lo
trataba, como sus padres, como si no existiera. La abuela volvió a cantar
alguna vez, “aunque en realidad ya no
eran cantos, eran algo así como unos tarareos guturales, suaves, lacónicos,
unos lamentos que se hicieron insoportables”.
Y volvió a cantar cuando el murió, exactamente de la
misma manera que murió su hermano Ernesto, trepándose por la ventana para ir
clandestinamente a su cuarto, como una
especie de castigo divina o diabólicamente justiciero, en el mismo lugar que contemplaba
la abuela ya alejada del mundo. Y volvieron sus cantos guturales “enmarcados
con su risa; y la mirada perdida de
Ernesto empujando la silla”.
EPÍLOGO
He sentido en estas narraciones a un alma dostoievskianamente
cristiana, que yo creía en desaparición en los ámbitos culturosos. Una alma que
se explora y nos explora en unas narraciones
que intentan hacer cine dentro del cuento, y cuento con la imagen y la
escena. Esto a través de una prosa madura, muy bien manejada o conducida. Es un
signo evidente de la existencia de una
nueva literatura arequipeña, que se ha extendido claramente en cantidad y calidad. Y que ha comprendido,
por fin, que sólo la literatura —y no el
APRA—salvará al Perú.