El título de la novela Koko Shijam, el libro andante del Marañón, de Walter Lingán, motiva algunos comentarios previos a la indagación sobre su contenido.
El primero de ellos es lo sugestivo de su elección, a primera vista algo así como “el libro del libro”. Pero es algo más que eso. En principio, no se trata solo de la imagen que sugiere el término “libro andante”, sino de su significado en las sociedades amazónicas y preindustriales en general. Porque en este tipo de organizaciones sociales, las narraciones y el conocimiento se transmiten mediante la oralidad, una de cuyas características conjuga la inmersión en un fondo cultural común, ancestral, con la expresión marcadamente individual –en el sentido de opuesto a lo masivo y anónimo, característico de la producción en serie–, de tal manera que cada hombre que se dedica a “contar historias” es en sí un “libro” diferenciado de los demás. Esto refleja por tanto un significado distinto al del mundo moderno, donde cada “libro” es parte de un tiraje de cientos o miles de ejemplares idénticos. Koko Shijam, “el libro andante”, se revela a sus oyentes, a los lectores en este caso, desde su propia óptica, a partir de sus experiencias narradas de una manera singular. Es, por tanto, un libro en que el narrador funde las enseñanzas que recoge de su cultura y tradición, mezcladas con su propio “yo”, presentadas en un formato de papel impreso.
Una segunda observación trata de su autor. Para los lectores peruanos, Walter Lingán, autor de cuatro novelas y cuatro libros de cuentos, es un médico cajamarquino, radicado en Alemania desde 1982, en cuya obra es recurrente la preocupación por la situación del país, asediada desde la recreación de hechos históricos bajo una concepción realista, así como desde la subjetividad de los protagonistas, o incorporando una visión mágica-andina. En sus libros previos a esta novela, el mundo andino, de donde él proviene, así como el universo urbano, son los principales escenarios en que se desenvuelven sus historias. Este libro, pues, abre una inesperada vertiente en su producción.
En esta nueva obra se adentra casi como un nativo o como un antropólogo en el mundo de las creencias, mitos y leyendas amazónicas, a tal punto que cuesta creer que hayan sido realizadas por alguien que no hubiera vivido por un largo periodo en la selva, tal como hiciera el narrador Luis Urteaga Cabrera –curiosamente, cajamarquino como él–, quien escribió El universo sagrado y El arco y la flecha, luego de una convivencia de una década entre los shipibo-conibos.
Koko Shijam, el libro andante del Marañón, se nos ofrece a los lectores como una novela corta, o nouvelle, texto que si bien es una ficción, luego de su lectura nos lleva a preguntarnos si efectivamente es una novela corta, por lo menos la forma literaria denominada novela corta. Es decir, una narración organizada en torno a una historia básica, con pocos personajes y que constituye una unidad que, sin alcanzar la rigurosidad de un cuento, tampoco es usual que se presente como una estructura abierta, como en muchas novelas experimentales. Porque el “libro andante” registra muchas historias, y a la última se le podrían sumar otras más, sin que ello disminuyera la calidad de lo narrado, ni se considerara que el libro de Lingán es incompleto o fallido. De alguna manera –aunque sin el ancla de la racionalidad articuladora del texto–, Koko Shijam, el libro andante del Marañón tiene un evidente parentesco con el Decamerón y Las mil y una noches. Y, en nuestro medio, con el ya mencionado El universo sagrado y con Canto de sirena, de Gregorio Martínez, libros de difícil clasificación, pero indudablemente de gran calidad literaria.
De acuerdo a la ficción, el protagonista es un viejo aguaruna –o awajúm– errante, contador de historias, y sus referentes corresponden a esta etnia. Sin embargo, el narrador, en sus andanzas por toda la amazonía, ha recogido mitos, leyendas y creencias de las diversas etnias que habitan en ella, e incluso del mundo de los colonos, integrándolas al final con la historia más reciente de nuestro país, de modo que se convierte en un universo trascendente a un solo grupo cultural.
Como parece inevitable en narraciones de contenido mítico, la obra se abre con historias sobre el origen del mundo, del hombre, de los seres vivos y los fenómenos de la naturaleza. Así, se presenta una serie de versiones sobre el origen de Koko Shiham, el “libro andante”, a cada cual más singular. Se dice que su origen se emparenta con el destino de los pueblos más viejos de la selva. “Otros manifiestan, con increíble fantasía, que Nunkui, La madre tierra, lo abandonó en una canasta en el río Marañón”, dice el narrador de la novela, emparentando esta versión con la de José “el salvado de las aguas” de la Biblia. Y continúa el narrador: “También diciendo dicen que su padre podría haber sido Tukuis, El señor de piedra, quien le trasmitió la vida eterna y el poder de bilocarse o multiplicarse para poder estar en varios lugares al mismo tiempo”.
De esta manera, desde el inicio, se van fijando las coordenadas temporales; mejor dicho, se van descolocando los límites temporales y llevando la narración a una intemporalidad que se irá remachando a medida que avance la narración. A continuación, en el tercer párrafo, introduce el narrador nuevos seres, cuando expone que “No faltan quienes afirman que es hijo de los demonios que viven en las profundidades del Marañón y otros cuentan que su padre podría ser el todopoderoso Cumbanama que, como se conoce, gobierna con suprema sabiduría toda la Amazonía, imponiendo su autoridad sobre todos los espíritus buenos y malos que habitan la selva”.
A continuación, el narrador, con buen instinto narrativo, se dedica a humanizar el personaje, usando referencias de absoluta cotidianeidad y simpleza. Así, lo caracteriza como un viejo que no sabe calcular su edad ni sabe su lugar de nacimiento, pues carece de documento de identificación, “Tan sólo lleva un papel sucio y arrugado con su nombre, estampado con nebulosos sellos y una hilera borrosa de lo que alguna vez fueron huella digitales.”. Además de viejo, es muy flaco, pequeño, de hombros enjutos y ligeramente jorobado.
Este contrapunto de lo mítico y lo cotidiano, del personaje asociado a sucesos ocurrido en tiempos lejanos y el viejo pícaro que vive al día, presa de apetencias propias de cualquier mortal, y que anda errante por toda la selva, es un recurso que mantendrá a lo largo de la narración. En consecuencia, los pasos de Koko Shijam tanto puede remontarse a la época de los conflictos suscitados por la explotación del caucho, a fines del siglo diecinueve y principios del veinte, como actuar en sucesos políticos recientes. Asimismo, se desenvuelve en la selva norte, en Jaén y Santa María de Nieva, como en plena llanura amazónica, en las márgenes del Ucayali.
En sus andanzas, va constatando la presencia de los seres que pueblan el universo mítico de la selva, pero integrados a sus experiencias personales. No se limita, pues, a señalar qué se dice sobre los yakurunas, el Chullachaqui y otros seres legendarios, sino los presenta en circunstancias diferentes a lo que tradicionalmente se sabe de ellos. Así, casi desde el inicio, se ve enredado con Tsunki, la sirena, hija del “Gran señor de los Yakurunas”, ente que vive en las profundidades de los río. La sirena se muestra en toda su belleza y Koko Shijam, que necesita muy poco para sentirse estimulado por una presencia femenina, va en pos de la bella mujer. En tal estado, sensibilizado al máximo, recoge los encantos del medio:
Cuando estaba a punto de dormirse llegaron hasta sus oídos los extraños susurros de un extraño canturreo. Estiró el cuello y dirigió las orejas en dirección hacia donde supuso se producía esa sinfonía encantadora. ¿Qué será eso?, se dijo. Le pareció percibir los sonidos de la selva convocados por un shamán desde el fondo de una vasija antigua. Escuchó atónito el diáfano coro de voces, el inconfundible silbo de las shushupes, el triste llanto del Aujú, El ayaymama, el sonoro canto de agua de los yakurunas, el bullicio del viento jugueteando con los bosques, el acompasado gorjeo de los pájaros, el rumor del río conversando con el follaje verde de sus orillas, el furioso rugido del otorongo y del tigrillo.
Instantes después volvió el silencio.
Luego, más tranquilo, Koko Shijam concluyó que sólo había sido el embrujador concierto de las anacondas cantoras anunciando la nueva Yúmi tepét, la temporada de lluvias.
Esta larga cita es un ejemplo de los recursos narrativos empleados por el narrador, que mezcla armónicamente fenómenos propios del bosque amazónico con actos sobrenaturales, como cuando enumera, entre otros sonidos de la noche, el canto de los yakurunas y el llanto del Ayaymamá (seres míticos), con el rumor del río y los rugidos del otorongo y el tigrillo, para finalmente dar una interpretación sobrenatural al inicio de la temporada de lluvias: el Yúmi tepét. Tal descripción crea una atmósfera de encantamiento, de puerta de entrada a un mundo que trasciende el cotidiano.
Siguiendo la tónica de un hecho cotidiano y banal contrastado con lo extraordinario, el narrador salta de los signos de hastío entre una pareja recién avenida, la curiosidad y la intrusión de terceros, y la indignación de un padre ante la desgracia de su hija, a la composición de un drama cuyas consecuencias se parecen mucho al diluvio universal.
De repente el cielo se cubrió de nubes negras y un potente ventarrón empezó a soplar impetuoso. La fuerte lluvia no se hizo esperar. Cada vez llovía más y más. Se desbordaron los ríos y la esposa-culebra, yerta sobre el suelo, creció hasta que alcanzó la altura de las nubes y allí desapareció. Machín fue arrastrado por la corriente furiosa de las aguas. Su cuerpo indefenso se estrelló contra un tronco, para luego, morir y hundirse en un amasijo de agua y lodo. Solo Koko Shijam, como esposo de la sirena Tsunki, fue uno de los pocos que se salvó de la matanza trepando a una palmera muy alta desde donde vio la canasta rota donde guardaba a su esposa.
Este relato de resonancias bíblicas, adaptado al mundo de creencias amazónicas, muestra un trasfondo oculto, pero que salta de cuando en cuando, a veces en los hechos históricos, ajenos a la visión mítica nativa, a veces en simbiosis a primera vista inadvertidas. Como cuando, en un recuento de espíritus malignos de la selva: el Tunchi, el Tsentsak, el Chulla-chaqui, la Lamparilla, el Ayapullito, el Manchumush, se intercala la Runamula. Este ser, una mujer pecadora convertida en mula (animal no solo traído por los españoles, sino propio de otros hábitats), es muy común en las narraciones andinas. Y si bien el autor señala que cruel castigo a una mujer se debe al diablo, en el mundo andino, de donde parece ser originaria la leyenda, el pecado de la mujer se debe a su convivencia con un cura, hecho muy común en esas latitudes.
De cualquier modo, las historias de seres y situaciones sobrenaturales se suceden una tras otra, integradas a la vida del Koko Shijam, en la que siempre aparece alguna mujer o ser femenino. Ellas irrumpirán en su vida para seducirlo y convivir con él, compartiendo afanes domésticos y rutinarios, o para propiciar su iniciación en los misterios de los shamanes, o como tema para acompañar sus andanzas. De hecho, gran parte de las historias, están asociadas, de una u otra forma, a seres femeninos.
Siguiendo esta relación de la vida carnal o biográfica de Koko Shijam, se desprende otra característica del libro: la presentación de seres y fenómenos reales de la naturaleza, con tal detalle, que va revelando poco a poco la riqueza ecológica de la selva. Así, de cuando en cuando, hace recuentos de peces, ríos y otros seres amazónicos.
…bailaron acompañados por la gracia de carachamas, paiches, boquichicos, zúngaros, bufeos y centenares de diversos pececillos.
Así es como nacieron los nombres para los ríos Yupicruz, Shushunga, Chiriyacu, Utcubamba, Nieva, Cananya, Santiago, Marañón, Huallaga, Ucayali, Amazonas, entre muchos más.
En otros casos, los animales son protagonistas de muchas historias, como el gusano, el martín pescador, el bufeo, el maquisapa, la serpiente.
Por otra parte, el libro de Walter Lingán no se organiza de manera lineal, empezando de los mitos del origen para terminar en el presente, pues recurrentemente vuelve a los orígenes de los tiempos para de allí saltar a diversos sucesos o hechos que le interesa tratar. Así, casi a la mitad del libro, empieza un nuevo apartado de la siguiente manera:
En tiempos inmemoriales, contaba Koko Shijam a un grupo de colonos reunidos en la casa del dueño del centro comercial El Chotano, Nántu, la luna, y Etsa, el sol, eran seres humanos y vivían en el pongo de Manseriche. Frente a la casa de Etsa tenía su casa el poderoso Kumpanám, uno de sus mejores amigos, que hoy es el imponente cerro de quien dependen los truenos y las lluvias. En esta montaña conocida como Kumpanám habitan cinco Tijai, los dueños de los cerros, que están encargados de cuidar las nubes, el agua, las plantas y los animales.
En este punto, se advierten claramente los dos planos narrativos que conforman el punto de vista de la novela. Durante buena parte del relato, los hechos parecían ser contados por el mismo Koko Shijam, sobre todo los de connotaciones míticas, pero ahora se presenta la superposición de un narrador que sigue las andanzas de Koko Shiham y él mismo recuenta los sucesos más fantásticos desde una perspectiva fiel a las creencias y maneras de pensar de los diversos personajes, como uno más de ellos. De hecho, unos pasajes más adelante, usa la primera persona del plural: “Aunque existe la versión de nuestros antepasados…”; “Nuestros antepasados contaban también que Etsa…”.
Bajo este doble juego narrativo, se suceden las historias más imaginativas que se puedan imaginar, aunque poco a poco las referencias de la situación presente se van haciendo más extensas, y los hechos históricos recientes van adquiriendo mayor presencia.
Unas semanas después de haber visitado el distrito de Copallín y sus diferentes caseríos, Koko Shijam se encaminó de nuevo a Bagua. Justamente en la antigua avenida Mesones Muro, hoy rebautizada como avenida Héroes del Cenepa, se encontró con el periodista Juan Rojas Núñez, quien, al reconocerlo, lo llevó a los estudios de la emisora donde laboraba y en una de las salas conversaron como dos viejos amigos.
Sin embargo, el libro continúa acumulando narraciones en donde, a través de los seres fantásticos interviniendo en la historia de los hombres, van desvelando la riqueza inconmensurable de la vida en la amazonía, de sus pueblos y sus luchas, del destino de sus riquezas naturales, del sufrimiento, alegrías y avatares de su gente. En buena cuenta, del destino que le espera a este mundo extraordinario, que el libro andante, ha revelado y revelará incluso después de su desaparición, “envuelto en un poncho de vaporosas y negras nubes”. Porque, de acuerdo al narrador:
Todos saben, que luego de la tormenta, aparecerá en otro lugar para contar las historias de una nación que se resiste a morir y que sólo anhela vivir en paz, en armonía con todos los pueblos del mundo. Entonces, Koko Shijam tendrá vida para rato.
Larga vida, pues, para Koko Shijam y para Walter Lingán.