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martes, 22 de enero de 2013

La casa del cerro “El pino” por Jorge Monteza



Arequipa, La Travesía Editora, 2012, 84 pp.
Este breve libro de relatos posee la sustancia y la fuerza narrativa que uno de los mejores escritores de la literatura peruana actual ha sabido fecundar, y cuyo despliegue épico se halla en novelas de extraordinaria factura como Rosa cuchillo y Hombres de mar. Los componentes de esta inquietante alquimia literaria son connaturales a nuestra cultura: ande y urbe, mito e historia. La casa del cerro “El pino” (Arequipa, La Travesía editora, 2012) condensa, en diversos elementos, tal composición en la que se oponen el amor y la muerte, el dios andino y el dios cristiano,  la memoria histórica y la memoria mítica; pero también establecen tan íntima relación que se complementan y hasta se confunden. Al producirse ese sincretismo es cuando estas historias destilan su jugo, su esplendor y su verdad. La casa del cerro, cuento que presta su nombre al título de este libro, es una sutil muestra de esto. En el interior de la casa se confunden elementos de la revolución subversiva (históricos) con elementos míticos (una estatuilla que parece representar un antiguo dios andino); la narrativa de este relato es casi fotográfica, un admirable manejo de la técnica descriptiva logra que narración y descripción se confundan. Los otros cuentos no se alejan de esta pauta, aunque eso sí, cobran mayor dimensión en lo andino y lo mítico.
Sus personajes tienen un rasgo en común muy marcado: en un contexto de violencia –la violencia de la guerra política de los años ochentas– son buscadores eternos y utópicos de justicia, incluso después de la muerte. Hacia ella está dirigida su fe y esperanza aun cuando se llega a confundir con la venganza. El vínculo de este tema con lo mítico está en “la vida después de la muerte”, las almas en pena que proporcionan una mirada distinta de la historia.
Estos y otros elementos, como en la elaboración de una pócima se combinan y producen, cómo no decirlo: de manera mágica, voces que nos parecen tan cercanas y familiares y a la vez, remotas. “Escuchamos” la voz de Hilaria que cuenta cómo apareció el mundo y cómo se ordenó por mandato de Wiracocha; la voz del niño que cuenta la lectura de la surte que su madre hace de la “Guerra grande”. Son historias contadas de la mejor forma que pueden serlo: en clave oral. Por eso los diálogos y el narrador en segunda persona son fundamentales.
En las páginas de este libro también hallaremos la sustancia de los múltiples recursos técnicos que el consagrado escritor Óscar Colchado maneja tan bien, al punto de que esa visión mítica y mágica de la realidad nos parece, a los lectores, tan natural como seguramente a él mismo o a cualquiera de sus personajes. Entonces, por obra y gracia del lenguaje, el narrador nos sitúa, aunque sea de manera temporal, en esa visión de la realidad. Una muestra más de que es una ingenuidad creer que el trabajo con el lenguaje pertenece solo al plano de la forma. Es preciso, también, reconocer en ese trabajo un contenido ideológico y cognitivo.
Colchado es un narrador nato; de aquellos que pueden transmitir a uno la sensación de que en vez de leer; se está, al calor de un fuego, sentado, escuchando historias de lejanos familiares; pues guarda la convicción de que hasta las desgracias se curan contando historias, como se insinúa en uno de los cuentos de este libro.

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