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lunes, 24 de junio de 2013

La Nena de Alex Rivera De los Riós por Jorge Monteza

 
Por Jorge Monteza via Elbuho.pe

Alex Rivera es un joven narrador y Nena, su primer libro. Quizá por eso sorprende la solidez del lenguaje y una cierta pericia en el oficio de narrar. Lo que ya no parece sorprendente es el auge de la narrativa arequipeña, al que sin duda se suma este libro de interesante e inquietante factura.
En estas historias hay hombres rudos y mujeres perversas. Son personajes que están marcados por una herida o un estigma; la mayor de las veces, lejano. En cada cuento, la narración se hace más intensa a medida que ese estigma se va revelando. Y el narrador tiene la destreza de hacer esto muy dosificadamente. Y de manera paralela, en unos casos, se revela la urdimbre que el personaje ha maquinado para resarcir esa herida; en otros, se trata de su rebelión, por absurda que esta sea, ante la fatalidad. Pero en todos los casos, estos personajes tienes sus pares cercanos: policía y criminal, los hermanos; hay preferencia por los amantes, incluso en sus versiones homosexuales. Las historias hurgan en la naturaleza de estas relaciones, en sus formas y sus deformidades.
Nena es un cuento representativo, quizá por eso presta su título para el del libro; es la historia de una muchacha, púber, que tiene predilección por “juntarse” con los niños de primaria y protegerlos. Es una muchacha a la que todos sus pequeños amigos llaman por su sobrenombre: Nena, Nenita o Nina. De tanto no usar el nombre verdadero, ya no lo recuerdan. Sin embargo, llega el momento en que “la Nena” se fija en un “chico grande”. Se inicia en el amor y a los niños les parece que “la Nena” se ha hecho inmediata e irremediablemente adulta; a su padre, que guarda un amargo recuerdo de la esposa ausente, le parece que se ha hecho una cualquiera. El estigma del pecado asociado a la sexualidad, y la brutalidad de esta asociación, parecen conjugarse como una burla del destino, en ese nombre olvidado por los pequeños.
El lenguaje que usa Alex Rivera es uno claro y lacónico; aunque estos adjetivos que utilizo suelen estar acompañados, en la crítica, por el de “sencillo”; me rehúso a usar ese término para calificar el leguaje de este libro. No puede ser sencillo aquello que tiene la virtud de hablar de lo cotidiano y la tragedia, de lo común y lo bizarro, del amor y la muerte con la convicción y serenidad de quien habla de una misma cosa. Este más bien es un lenguaje escueto y muy agudo que como un alfiler puede penetrar en las fibras más profundas del lector; lenta, muy lentamente. El magisterio de la narrativa norteamericana se hace patente, en especial el de Raymond Carver y Truman Capote. A pesar de algunos deslices que son casi de rigor en toda primera vez, Alex Rivera se perfila como un cirujano de la palabra.
Conocí a Alex Rivera el verano del 2012 en el Taller de narración que dirigí, organizado por Ciudad editorial. Aquel era un grupo muy interesante. Y Alex destacaba porque estaba provisto ya de cierto oficio en la narración y buenas lecturas. Además me llamó la atención la composición de su nombre: Alex Rivera de los Ríos, y no precisamente por el paisaje que parecen describir estos apellidos, sino porque el segundo me remitía a aquel gran narrador arequipeño: Edmundo de los Ríos. Luego supe que Alex es sobrino de Edmundo. Lo que me hace pensar ociosamente, en especial después de la lectura de este libro, en la sangre y la transmisión de su nobleza. Cosa que por cierto nunca he creído y tampoco creo. Alex Rivera, con este libro, no necesita el aval del gran Edmundo de los Ríos, mucho menos de estas líneas para inscribir su nombre en la nueva y reveladora narrativa arequipeña.

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