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sábado, 26 de octubre de 2013

"Lucía era la lluvia" de Oscar Colchado Lucio por Nadia Cruz

 
 

Lucía era la lluvia" es uno de los cuentos más hermosos de la colección "La Casa del Cerro El Pino" del gran escritor ancashino Óscar Colchado Lucio. La joven fotógrafa Nadia Cruz Porras ha llevado a cabo una excelente serie fotográfica en donde se representa visualmente escenas de este cuento, logrando sostener, al igual que en el texto, la tensión y el idilio amoroso entre ambos protagonistas.. Agradecemos el excelente trabajo fotográfico de nuestra colaboradora y recomendamos visitar su blog Tiempodetenido, en donde, además de leer el texto y ver la serie completa de fotografías, podrán revisar sus demás trabajos.

jueves, 24 de octubre de 2013

Reseña a Ciudad Lineal por Keith Ross Guillins




Por Keith Ross Guillins*

Dennis Arias Chávez sabe bien que una ciudad, a veces, se puede recorrer en metro, a pie, o en coche y cuyo paisaje siempre convertirá al que lo observa en el solitario inmóvil que se reconoce en el movimiento de los otros. Sin embargo, esta Ciudad lineal, compuesta de catorce narraciones breves, se recorre de manera distinta: uno se trepa en la narrativa audaz de este escritor que es dueño de un lenguaje claro, preciso y eficaz.

            Esta ciudad contiene anécdotas desarrolladas en ambientes urbanos —que en ocasiones son europeos; en otros, sudamericanos— y en ambientes rurales. Lo que la convierte en lineal no es sólo por su referencia al distrito madrileño en donde el autor pasó una temporada, sino también porque cada uno de los cuentos es atravesado por una línea recta, que es el elemento de la sorpresa: el autor no se detiene en descripciones banales, pues su objetivo no es tanto retratar sino sorprender al lector con la idea menos esperada, que puede provocar una sonrisa, una reflexión, un escalofrío, una finísima sensación de horror o todos los anteriores juntos.

            Leer Ciudad lineal, irónicamente, implica un ejercicio intelectual que nos acostumbra a los giros inesperados y a la elegancia con la cual se puede narrar el suicidio de una familia completa o la crónica del momento en el que Roberto Bolaño perdió el manuscrito de su mejor novela. La mejor manera de tomarle el pulso a esta ciudad, que es la primera obra publicada del autor, es a través de una lectura atenta a los asombros.


*Profesor de la Universidad Autónoma de Baja California Sur

lunes, 21 de octubre de 2013

“Un corazón a la altura de su inocencia”: Hudson el redentor de Diego Trelles Paz por Félix Terrones

 
Por Félix Terrones
El primer libro de Diego Trelles Paz (Perú, 1977), recientemente reeditado por las editoriales “Animal de invierno” y “La travesía”, es acaso el más limeño de todos los que ha escrito hasta el momento. A lo largo de los ocho relatos que lo componen, el lector asiste a partidos de fútbol, fiestas de quinceañero, primeras borracheras, iniciaciones sexuales, declaraciones de amor no correspondido; en otras palabras, todas aquellas actividades que forjan la experiencia adolescente de la clase media limeña. El distrito en el que todo esto ocurre, el desangelado Magdalena, es más que un decorado, pues en él se refleja, y acaso también se promueve, aquella degradación sistemática que lleva a toda una generación, a toda una ciudad, a la decadencia colectiva.
Inicialmente, Hudson el redentor da la sensación de ser un libro consagrado a la juventud; más que eso, al paso de la adolescencia a la adultez. Por eso, como muchos otros libros que se han dedicado a ello, hay en sus páginas una tensión constante y permanente entre la inocencia y la corrupción de ésta. Aquellos personajes, entrañables y ásperos a la vez, que aparecen al inicio del libro no son los mismos que evolucionan a lo largo de éste hasta su final. Cuando se cierra el libro, uno se queda con la sensación de que, lentamente, algo se ha desgastado, dejando lugar a cierta forma de asfixia, no exenta de afectación, tal y como lo escribe el Chato en las líneas que cierran el relato final: “Y así termino mi carta, Laurita. Así, con estas ganas locas de morirme, te digo adiós. No espero una respuesta tuya. No espero volver a verte. No espero arrepentirme de ninguna de las líneas de esta carta que, en este preciso momento, me dirijo al correo pata enviarte”. Las líneas que se envían no son las que tienden puentes entre dos personas sino las que hacen las veces de ruptura. Con el final de la carta, y también el de la lectura, llega el término de un ciclo y el comienzo del otro, no contado, aunque sí anunciado, el de la adultez grisácea, vacía de palabras.
Sin embargo, Hudson el redentor es más que un libro de juventudes llenas de renuncias. Tal y como lo indica el título, es antes que nada un conjunto de relatos en los cuales los personajes buscan, de manera consciente o no, la salvación. Se trata de una necesidad desesperada que hace del amor y la literatura los medios de redención. El amor, o la promesa de él, es el de la joven Laurita, evocación y caricatura de la musa petrarquista, la cual es anhelada por todos los chicos del barrio sin que nadie tenga verdadero acceso a ella. Musa esquiva, coqueta, a veces cruel, pero también pura y condenada a la miseria, Laurita encarnará aquel amor que, de tan inaccesible, se convierte en un ideal y una razón de vivir. No es necesario decir que es justamente esta misma distancia con respecto de los chicos del barrio la que convierte las ilusiones empeñadas en ella en fantasmagorías de algo que nunca llegará.
En cuanto a la literatura, solamente dos de los personajes, el Chato y Hudson, la acosarán con toda la energía y el entusiasmo del que son capaces. Digo esto porque en la Lima del libro, lo mismo que en la literatura de tantos otros escritores peruanos, la literatura aparece para hacer adiós desde lejos sin dejarse nunca alcanzar. Por eso, Hudson, joven misterioso seguro de ser un genio literario, termina cediendo a la desesperanza de botellas de alcohol y colillas de cigarrillo en bares de mala muerte. En cuanto al Chato, autor del último relato, la resolución es tan radical como sugerida: al terminar el libro abandonará a los suyos, la jauría de Magdalena, para ingresar a la universidad y descubrir en ella la literatura. Contaminado de lecturas, entre otros Julio Ramón Ribeyro, adquirirá una mirada de insatisfacción y descontento que parasitará su sentimiento con respecto del barrio y de aquellos que dejó.
¿Pero cómo alcanzar la redención cuando, progresivamente, todo parece perder sentido? Conforme se avanza en las páginas de Hudson el redentor, la vida cerrada y autosuficiente del barrio, va dejándole su lugar a una apertura hacia la ciudad en la cual entran los jóvenes. Y su ingreso no se realiza bajo los auspicios del triunfo sino más bien como una sistemática derrota. De ahí que, poco a poco, haga su ingreso una forma de violencia más social y estructural. A medida que el lector avanza en su lectura, las alusiones a la historia peruana, los primeros años del fujimorismo, se hacen cada vez más numerosas, así como más determinantes sus consecuencias. Por eso, descubrimos que si aquella banda de adolescentes perdió la inocencia lo hizo, entre otras razones, porque todo un país, tan joven como ellos, también lo estaba haciendo. Encuentra sentido, por eso, el subtítulo que, originalmente, se le dio al libro: “Otros relatos edificantes sobre el fracaso”. Ironía macabra la del autor que lo lleva a programar la lectura de esa manera, se trata de una fórmula que, confiriendo un aliento edificante al fracaso, termina dándole un carácter moral a la ficción.
A mi parecer, Hudson el redentor es el libro mejor logrado de Diego Trelles Paz. De ahí que suscriba punto por punto lo que Guillermo Fadanelli dice en el prólogo, aquello de que se trata del libro que “reúne de forma casi natural las pasiones que pusieron en movimiento mi vida durante casi dos décadas”. ¿Quién no reconoce en las páginas del libro aquella vida de barrio por la que todos pasamos, ese despertar a la adultez en la cual el gesto se hace rito y el rito anuncia ya la resignación? Sin embargo, lo extraordinario en el arte con que Diego Trelles Paz representa todo aquel universo barrial no es qué tanto nos reconocemos en él como la indoblegable convicción con la cual elabora una alegoría de las esperanzas resquebrajadas. De ahí, que me haya hecho recordar a otro escritor, peruano también, quien varias décadas atrás inventara al antecesor directo del “Chato”. Me refiero a Oswaldo Reynoso quien, en Los Inocentes, nos regalara al inolvidable “Colorete”, un joven en búsqueda de “un corazón a la altura de su inocencia”. La misma inocencia con la cual los lectores asistimos a la debacle de una juventud, una inocencia culpable de ir a contracorriente de sueños y convicciones.
Pueden leer el texto original en http://sub-urbano.com/un-corazon-a-la-altura-de-su-inocencia-hudson-el-redentor-de-diego-trelles-paz/
Agradecimientos especiales al autor de la reseña Félix Terrones y a la página www.sub-urbano.com
 

viernes, 18 de octubre de 2013

El placer de “Todos los días son de ceniza”, de Fernando Sarmiento por Álex Rivera de los Riós




Cuando me pidieron que dijera unas palabras acerca de “Todos los días son de ceniza”, de inmediato vino a mí la apremiante necesidad de buscar, como suele hacerse hoy en día cuando te toca presentar un libro al lado del autor, frases bonitas y bien halagüeñas  para poder compartir la experiencia que significó la lectura de este libro de cuentos. Después de mucha ripia y devaneo de sesos, me di cuenta de que, al menos esta vez, no quería hacer uso de ese valioso instrumento llamado floro y que en sí solo sirve para conquistar chicas fáciles o mentir descaradamente. Me quedé, al final, con una sola palabra. Y es esta: apasionante. Lectura total y sabrosamente apasionante. Apasionante como un chisme calientito, como escuchar a Elvis en la madrugada, como una maratón de Rocky, como tu primer beso con lengua o el primer sueldo que recibiste en la vida. Es decir, apasionante en el sentido de que no quieres que se acabe nunca.

   Después de cerrar el libro, vino a mí memoria uno de los consejos que García Márquez solía repartir a los jóvenes escritores y que se ha quedado tatuado en mí como una máxima de comportamiento. “El escritor es como un hipnotista”, decía Gabo. “Debe atrapar al lector y no dejarlo ir. Debe mantenerlo hipnotizado desde la primera hasta la última palabra. Un paso en falso y el hechizo se rompe”. Fernando Sarmiento, quien afirma que descubrió su vocación por la escritura  a los 30 años, ya sea por deseo propio o por innata naturaleza, ha sabido usar las palabras como un instrumento de implacable hipnotismo; con ellas ha armado un entramado de historias demasiado tentadoras para los lectores de cualquier edad, condición y complejo, quienes despertarán del conjuro -es decir terminarán el libro- con la agria sensación de haber recibido una certera cachetada que los devuelve nuevamente a la cruda realidad. Las cuatro historias del libro, todas ambientadas en espacios fantásticos y con personajes sobrenaturales o distorsionados, y que responden a un universo autónomo y a propuestas disímiles por parte del autor, son una invitación al escape, al goce, a la aventura, a descubrir una placentera evasión.

 Siempre he envidiado a aquellos escritores capaces construir relatos que luego puedo reproducir de manera oral. Es decir, relatos con una urdimbre, un contexto, un final sorprendente o inesperado. En conclusión, relatos que cuenten una historia y no lo que parece una historia, tan en boga hoy en día entre los narradores modernos. A riesgo de recibir insultos y amenazas por parte de mis compañeros escritores, formulo esta pregunta: ¿quiénes de ustedes pueden relatar a sus amigos o familiares el Ulises de Joyce o un cuento de Hemingway o de Bolaño o de Villa- Matas o de quien sea, sin ser considerados un lomo de aburridos por la audiencia? En este caso, Sarmiento es una excepción a la regla, pues sus historias, es increíble, sí se pueden contar o, al menos, adelantar. Adelantar, por ejemplo, la trama del cuento titulado “Verano oscuro”, donde un misterioso objeto que le da increíbles poderes a quien lo posea y que ha sido el supremo y máximo tesoro de sujetos como Hitler, Stalin y Mao Tse-Sung, ha llegado al Perú en las manos de un sencillo chinito apellidado Wong en los  años más cruentos del terrorismo de Abimael Guzmán. O contar, también, la historia de Daniel, del cuento “El verano de la reina”, un alienígena que toma prestado un cuerpo humano para poder llevar a cabo una importante misión de la madre nodriza, y que finalmente sucumbe ante las tentaciones del cuerpo y de alma humana, tales como el amor, los celos y la inevitable arrechura. Lo mismo sucede con el irreverente “Todos los días son de ceniza” y “El huésped rojo”, tal vez los cuentos que mejor ejemplifican lo que estoy tratando de explicar, pero cuyas apasionantes tramas prefiero dejar a la curiosidad de los lectores.

  En una entrevista que leí hace poco, Fernando Sarmiento afirma que uno no debe tomarse tan en serio ni la vida ni la literatura, en referencia a que la vida y la literatura no  son solo uno instrumento para relatar y experimentar desgracias y horrores, como algunos quieren pintarlas. Sarmiento, creo, se refiere a que estas también pueden ser un espacio para la felicidad, la aventura y el relax. “Todos los días son de ceniza” refrenda esta propuesta del autor, pues es un libro divertidísimo y a la vez muy logrado y profundo. Bienvenido sea, pues, este libro, que no hace otra cosa que enriquecer y relajar un poco a la literatura nacional, últimamente tan solemne y encorsetada.

jueves, 17 de octubre de 2013

Reseña del escritor Alejandro Neyra aparecida en la Revista Buensalvaje





Por Alejandro Neyra.

«El escritor es cómo cuenta lo que come» dice Carlos Herrera, quien se muestra sibarita en la elección de las palabras y frases que componen sus relatos, que se asemejan quizá a lo que debiera ser la más perfecta cocina molecular: austera, al tiempo que cuidadosamente experimental y sencillamente exquisita. Y es que Herrera escribe con la potencia y la tenacidad de su personaje Polibio Alcanfores, quien en «Gastrosofía» deja a su familia, su fortuna y hasta su propio ser en la búsqueda del placer del paladar, con tal de encontrar EL plato –el que sea el arquetipo de la comida– para terminar conociéndose (i.e. comiéndose) a sí mismo.

Nada queda al azar en la prosa de Herrera, ni en el fantástico cuento que da título al libro ni en sus otras breves ficciones, ni en los ensayos sabrosa y deliciosamente condimentados con ese sutil y fresco ingrediente que abunda en el libro: el humor negro. Y es que como Manuel Masías, el hombre que le cocinó al mismísimo Belcebú para salvar a la carne de su carne, el autor delira y cocina sus frases con ironía, mezcla las letras sabiendo la textura de cada una de ellas y resume verdades y mentiras, con tal de complacer al más fino comensal de la buena literatura, tarea por demás cumplida con creces. Por algo ahora, como se señala curiosamente en el último relato del libro, en Arequipa se han creído la ficción del cuento y falta poco para que erijan un busto a Manuel Masías, venerando al «verdadero» héroe creador del rocoto relleno.

Mención aparte para un sabroso entremés en el que Herrera analiza cómo presentan y hablan de la cocina y de nuestra gastronomía un grupo de escritores peruanos que van desde Garcilaso y Palma hasta nuestro Nobel characato y el recordado Toño Cisneros, incluyendo al Lucifer de las «gastroletras» y antihéroe de Mistura, Iván Thays. Ya saben los que gustan de gulusmear en las librerías en busca de delicias literarias, este es un libro de obligada lectura. Pero cuidado, pues no es esta una obra de arte para devorar ni empalagarse sino para escanciar como el mejor vino, sintiéndolo en el paladar y saboreán.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Cocinero del rocoto relleno en ficción (Entrevista a Carlos Herrera para el Diario La República)

Foto: Miguel Coaquira
 
 
Por Efraín Rodríguez.
 
Es arequipeño. Publicó "Manuel de Masías, el hombre que creó el rocoto relleno y cocinó para el diablo y otros relatos", una recopilación de cuentos, ensayos y crónicas históricas relacionadas a la creación del rocoto relleno. Ojo, no es un libro de gastronomía. Es la obsesión de De Masías para complacer la voracidad de Satanás  que a cambio de ese platillo deberá redimir el espirítu de la hija del cocinero.
 
¿Cómo un feroz picantero puede escribir un libro con tantos detalles de glotonería?
No sé si seré un feroz picantero, pero te aseguro que soy acérrimo amante de la buena cocina en general. He tenido la suerte de nacer en Arequipa y acceder a una buena cocina desde chico hasta hoy. He vivido en París y he probado una gastronomía sofisticada. Sin embargo, no sé cocinar y por recato a ello no soy un glotón.  A diferencia del poeta Alonso Ruiz Rosas, yo no sé salpimentar como lo hace él.  Lo envidio. A mí la gastronomía me inspira como cualquier otro arte. La cocina siempre fue una influencia que me permitió reflejar a la literatura como un excelente consomé. Me apasiona hacer  hervir. El hombre que creó el rocoto relleno y cocinó para el diablo, y otros textos gastronómicos (La Travesía Editora - 2013) es una recopilación de cuentos, crónicas, ensayos y memorias  que tienen sabor a guiso.
Si no es un glotón, ¿por qué su libro provoca antojos y hasta hambre? ¿Hay elementos de buen comer?
Más que buen comer, hay piezas de gastronomía. En los relatos, el libro refleja el placer de saborear y no la ingestión desmedida de los alimentos. Aunque debo reconocer que el texto Historia de Manuel Masías... hay una descripción desmedida de la comida. Además, es un ensayo de estilo barroco donde se relata con detalle el despliegue de ingredientes, sabores, colores y formas. 
Por la descripción de los sabores y las ansias de deglutir, parece que usted podría tener  el hambre de Manuel de Masías.
No, me declaro como un modesto y agradecido comensal con nulas cualidades para cocinar. Lo que busca Manuel de  Masías es el banquete ideal que nunca me atrevería a comer. Ahora, pienso que él poseía un apetito acético. Evitaba tragar hasta reventar. Su ansia se ceñía a la creación del sabor. Me puedo identificar con él por su placer investigativo. Más allá de una relación comestible con Manuel de Masías, tengo un vínculo de vida. Por mis actividades profesionales viví en París. Él también conoció esa ciudad. Hipotéticamente, ambos habitamos esa ciudad. Ahora, para cerrar el círculo, a mí solo me falta conocer el infierno.
¿Qué apetitos, antojos y gustos personales se reflejan en el libro?
El más notorio se refleja en El goce y el sacrificio. Ese texto lo escribí porque el poeta Oswaldo Chanove me convocó para colaborar en un proyecto denominado Memorias de la Tripa y escribí sobre mi experiencia familiar en la cocina. En familia nadie tiene cualidades para la cocina: mi abuela, mi madre, mis hermanas, mi hermano y yo estamos negados para ese arte. La única iluminada era una prima que preparaba múltiples inventos para comer. Mi infancia no tuvo una buena gastronomía. Los recuerdos de esa época no están tanto en los sabores, sino la transformación de los alimentos: ver morir a los cuyes o saber que acuchillaron a la vaca para comerla. Cuando era niño mi paladar  no tuvo un festín orgiástico en banquetes. Me formé en el buen comer y en comer bien. Tal vez, el único goce que tuve fue comer postres. A pesar que la tradición repostera arequipeña es casi nula, mi madre hacia excelentes postres. 
¿Cuánta relación guarda el escritor y el cocinero? Ambos buscan y maceran sus insumos para la creación.
Es una buena metáfora. Existe la visión de cómo cada uno construye su obra a partir de elementos reales o naturales para consolidarla. Sin embargo, esa experiencia de la recopilación de insumos se refleja en todas las artes. Como en los buenos guisos arequipeños, la narrativa debe tener una buena base para ambicionar una delicia.
Si su literatura se asemeja a un guiso local por los rasgos fuertes. ¿Cuánto le cuesta enfrentar a esos libros para crear otros nuevos?
Mucho. Sobrevivo a ellos escribiendo sobre otros relatos y personajes. Por ejemplo, tengo uno llamado Ulises García. Es un hombre inquietante, parco, seco y pacato. Me gustó tanto y lo resucité en otro libro. Siento que en mi obra hay una necesidad de buscar personajes extravagantes. Como un cocinero que busca el sabor innovador. El propio Manuel de Masías es una composición. Los necesito tanto como a la buena comida. 
 
Yo conocí a Montesinos
Usted es un experto escribiendo de cocina. Sin embargo, ¿tiene otros proyectos que no estén ligados a ella?
Tengo un libro escrito sobre monstruos. Tiene varias partes: una relación testimonial de cómo los imagino; otra ligada a seres mitológicos, etc. No son demonios personales. Es una experiencia de cómo veía al señor sin manos de pequeño, de cómo imaginaba a los seres de La Odisea y sobre todo para interrogarme por qué uno no es un monstruo. Me he cruzado con algunas personas que se convirtieron en monstruos. Una de esas es Vladimiro Montesinos. Ambos vivíamos en el barrio de Tingo. Nuestras familias eran amigas y sus hermanas jugaban con las mías. Nunca hablamos. Conforme pasaron los años vi cómo el joven abogado se convirtió en un monstruo. Una vez me pregunté: ¿Hubiera sido un "Montesinos"?

lunes, 14 de octubre de 2013

Álex Rivera de los Ríos presenta NENA en la Casa de la Literatura Peruana



Alex Rivera de los Ríos, sobrino nieto del mítico escritor Edmundo de los Ríos, es uno de los escritores arequipeños que más elogios ha recibido por su primer libro publicado. De esta forma "NENA" (La Travesía Editora, 2013) se ha colocado rapidamente entre los libros que no deben dejar de leerse con mucha atención, pues su joven autor, con mucho esfuerzo y trabajo, ha logrado un conjunto donde prima la prosa exacta y madura y en donde se busca, con humildad, como debiera ser siempre, historias empáticas, mas no concesivas, y personajes construidos con la pericia que se adquiere en la lectura de los maestros del género.
Siendo así nos complace llevar a cabo la presentación en Lima de este nuestro tercer título de catálogo. Acompañarán en la mesa los destacados escritores César Gutiérrez y Pedro Novoa, además del editor del sello Arthur Zeballos. La cita es el sábado 19 de octubre en la Casa de la Literatura Peruana y como parte de los festejos por su aniversario.
El ingreso es libre
Puedes leer o descargar las primeras páginas del libro NENA en el siguiente link: http://es.scribd.com/doc/175887211/NENA-Alex-Rivera-de-los-Rios-Primer-cuento

domingo, 13 de octubre de 2013

Los nueve cuentos de "Nena", por Orlando Mazeyra

Por Orlando Mazeyra Guillén*
 
Una niña, mientras maquina la venganza perfecta contra su hermano, se pregunta por qué él es tan matón y, sobre todo, consentido. Eso, al parecer, es lo que más la confunde e irrita: ¿Por qué la madre de ambos nunca lo riñe o castiga como sí lo hace con ella? Este primer cuento (de los nueve en total que trae el libro Nena), es un «plan maestro», no sólo por el título que eligió el autor, sino por cómo éste dosifica la información, algo que Ernest Hemingway llamaría el «dato escondido». En esta historia apenas accedemos a la punta del iceberg cuando la madre le pide al muchacho que le diga de una vez quién era aquel señor que lo abordó. ¿Quién era? ¿Qué le dijo? ¿Qué le hizo a su hijo ese extraño sujeto? El lector se encuentra con más de un plan maestro: venganzas, traumas y desdicha; todo sazonado con una prosa sobria que muestra, pero que también sugiere, esconde.

El segundo cuento se titula «La captura». El personaje principal se llama Leopoldo, y no ve la hora de llevar a cabo la captura de una escoria social. El narrador, a través de los ojos de Leopoldo, escudriña al mesero, un sujeto de unos sesenta años al que los clientes ignoran o, en todo caso, miran con desprecio. Leopoldo llega a la conclusión de que aquel mesero refleja perfectamente lo que era ese huarique: algo mísero, sombrío, toda una ruina (p. 24). Adjetivos válidos para describir, en muchos casos, a los personajes que desfilan en los nueve cuentos de Rivera de los Ríos: seres sombríos, miserables, en fin: ruinas humanas que general repulsión, y a la vez, gracias al pulso narrativo del autor, nos seducen.

En «El puente y la ardilla», tercer cuento del libro, Klaus acude a una fiesta en el ex club Alemán (hoy restorán El Montonero). Allí tiene una cita con el destino: será, pues, una noche de ajustes de cuentas con un amor contrariado: Sofía. Aquí es preciso resaltar la buena disposición de los diálogos en este libro, pues siempre dan un paso adelante en la historia, enriqueciéndola, y nunca funcionan como un mero relleno, ni mucho menos como un estorbo. Sofía sabe algo de las imposturas de Klaus, un mitómano que, según ella, «inventa mentiras para hacerse el importante, el misterioso, el sufrido» (p. 42). Este cuento habla sobre las mentiras piadosas y también las otras: las escabrosas. Personalmente, vuelvo a confirmar que todos somos mentiras, empezando por Alex Rivera de los Ríos, por supuesto. Y las mentiras que hay en este libro nos sacuden. 

«Invencible y sanguinario», el cuarto relato del volumen, aborda tormentosas relaciones homosexuales, en este caso, entre un turista y alguien que no llegaría a calificar como «brichero». Para la gran mayoría de los seres humanos, igual que para el gringo de la historia, la vida es una confusión total, y la escritura de ficciones como las deNena constituyen viajes sin un destino exacto, huir de los demonios o comparecer ante ellos. 

Para Álex Rivera de los Ríos su escritura es un amuleto, una satisfacción, y quizá, como ocurre con el gringo, su forma de ocultar la congoja y la cólera por una vida frustrada. Decía Mario Vargas Llosa que todo escritor peruano es, al fin y al cabo, un frustrado, un fracasado.

Me detengo en este cuento, porque una concisa pero bastante pedagógica mirada del foráneo nos remite a ese país que para algunos prospera y para otros, entre los que me incluyo, se está yendo al demonio: «A Richard lo conocí en alguna ciudad del Perú, ese país que ha dejado de ser el profundo y bello lago de historias, leyendas y riquezas que al comienzo me provocó conocer, y que pasó de pronto a convertirse en una horrible amalgama de urbanizaciones y edificios deprimentes, vomitados por la contaminación y subdesarrollo» (p. 49). Este último es un magnífico brochazo para describir a nuestra caótica Ciudad Blanca: una horrible amalgama de urbanizaciones y edificios deprimentes, vomitados por la contaminación y el subdesarrollo.

Entiendo que «Nena», el cuento que le da título al primer libro de Álex Rivera de los Ríos, es quizá su ficción predilecta. No lo sé, pero la dedicatoria ya nos da algunas luces: «A la memoria de Edmundo de los Ríos». El narrador de la historia cuenta que alguna vez le dijo a la Nena: ¿nos ayudas a inventar un nuevo juego?, sin imaginar que ella ya era experta en esas lides. Es decir, jugar a las mentiras, ficciones orales que, contrabandeadas como reales, le otorgaban a la Nena muchas vidas, muchos pasados, o para ser precisos, muchas madres. Los inofensivos juegos de la niñez, como policías y ladrones, bata o la pesca-pesca son reemplazados por las mentiras, nunca gratuitas y jamás inocuas de la ficción: la Nena solía inventar historias de todo tipo y este cuento duro, triste y sobrecogedor, habla sobre nosotros, nuestros más ocultos secretos y de los miles de antifaces que, a medida que crecemos, utilizamos no sólo para soportar la vida, sino para evitar que los demás accedan a nuestras vergüenzas, o puedan hacernos daño.

Del mismo venero que «Nena» parece haber brotado el relato titulado «Mi cualquiera», el sexto de la colección: amores lésbicos. «¿Y por qué no te has ido con uno de esos galanes que se te insinúan a cada rato?», le pregunta una a la otra, y la respuesta nos mantiene pegados a la historia: «Porque me gustas tú. Porque me miras y me haces sentir más mujer que todos los hombres con los que he estado. Porque contigo no me siento impresionada, sino libre, completa» (p. 72). Es mediante estas historias que el autor escapa de las presiones sociales, para ser un espíritu libérrimo.

Ya que hablamos de la libertad del creador, podemos acercarnos a «Simoné», así se llama la esposa del narrador, ella sufre de migrañas y cuando habla de un viaje a la playa exuda otro viaje más intenso y envolvente, el viaje a la ficción, aquél que nos hace ser auténticamente libres: «Ahora ya no siento más tormentas en mi mente», le confiesa Simoné a su marido: «Ya no siento rencor ni asco de mis defectos. Estamos juntos y ahora sé que nunca más te dejaré. Somos una familia, y tú dependes de mí. Eres mío» (p. 83). Un comentario, en apariencia grato, trasunta la relación entre el autor y acto creativo, la única forma en que uno encara sin rencor ni asco sus defectos: los cuentos son como nuestros hijos y estos nueve vástagos de Alex Rivera de los Ríos revelan a un autor con una propuesta auspiciosa.

«El beso», es la penúltima narración de este libro y quizá el menos interesante de las nueve historias de la colección. No por eso debemos dejar de reconocer la solvencia de los diálogos para contar una historia sobre la vocación por la figuración: el sueño de ser artista a toda costa y «triunfar»… siempre entre comillas.

«Better man», cierra con broche de oro esta magnífica primera entrega de Rivera de los Ríos. Y confieso que tengo una vieja predilección por los personajes desadaptados, aquellos que ocultan anomalías mentales, para decirlo con cierto decoro (o quizá no tanto). Serafín quiere ser un hombre bueno pero la vida lo supera y el infierno está empedrado de buenas intenciones. ¿Hay mejor manera de disfrutar de un cumpleaños que viendo un excelente partido de fútbol? Seguro que sí. Pero Serafín no es normal. Es una bomba de tiempo que entraña reacciones descomunales. Si me permiten una confesión: siempre he creído que el fútbol es una locura efímera y benigna (si uno no termina convirtiéndose en barrabrava, por supuesto). El fútbol «nuestra pavada insigne», sentencia Martín Caparros nos roba el cerebro durante noventa minutos y un poco más y, si nuestro equipo gana, como hoy lo hizo el FBC Melgar en Moyobamba, entonces acariciamos el cielo.

Álex Rivera de los Ríos, a través de estas nueve historias, me ha hecho disfrutar de más de noventa minutos de placentera lectura.

La relectura de Nena de esta mañana me ha permitido corroborar que estamos ante un autor que ha debutado con el pie derecho (yo, que soy zurdo, acudo a ese lugar común que discrimina a los mejores del mundo como Maradona y Messi): aquí no hay goles de media cancha, pero sí jugadas bien elaboradas, paredes y gambetas, recursos narrativos que hacen gala de la pericia y el buen oficio del autor: la prosa es segura y las imágenes logradas, algo inusual en un narrador tan joven como él. Claro que hay algunos errores que antes se llamaban «mecanográficos» y que el editor, Arthur Zevallos, debió corregir para evitar los gazapos que aparecen en buena parte de las historias. Sin embargo, esto no desmerece en absoluto la calidad de Nena. A través de la lectura de estas ficciones he descubierto a un verdadero hermano de las letras (es difícil encontrar hermanos de sangre en esta comarca literaria plagada de laureados posetas): la narrativa de Rivera de los Ríos coquetea con la tentación del fracaso y, algunas veces, le abre las piernas… cuando le da la gana se va a la cama con él.

Como ya dije, la ficción cumple las funciones de un amuleto para que, así, el autor pueda conjurar las desgracias que persiguen a los personajes de sus historias: hombres violentos, individuos castigados por el destino, mujeres tan intrigantes como mentirosas. La mentira al servicio de un fabulador. En muchos casos, hay un soterrado ejercicio de ficción sobre la ficción, es decir, metaficción, si me permiten el término.

Como se habrán dado cuenta, no soy académico ni mucho menos crítico literario. Lo único que soy (o intento ser) es un contador de historias. Y acá estoy tratando de contarles que este libro es apenas el cimiento donde seguramente se erigirá una catedral.




*(Arequipa, Perú, 1980). Escritor y cronista. Editor Cultural de la Universidad La Salle y colaborador de "Hildebrandt en sus trece". Su último libro "Mi familia y otras miserias" apareció bajo el sello Tribal (Lima, 2013). Publica ficción y no ficción en El Malpensante (Colombia)y otros trabajos narrativos en revistas literarias virtuales como Ciberayllu, Cervantes Virtual (Alicante), El Hablador (Lima), Letralia (Venezuela), Hermano Cerdo (México), Badosa.com (Barcelona), Destiempos y en el Proyecto Patrimonio de Santiago de Chile. Ha sido incluido en las antologías Disidentes 2: los nuevos narradores peruanos 2000-2010 (Ediciones Altazor, 2012) y 17 cuentos peruanos desde Arequipa (Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, 2012).