Por
Félix Terrones
El
primer libro de Diego Trelles Paz (Perú, 1977), recientemente reeditado por las
editoriales “Animal de invierno” y “La travesía”, es acaso el más limeño de
todos los que ha escrito hasta el momento. A lo largo de los ocho relatos que
lo componen, el lector asiste a partidos de fútbol, fiestas de quinceañero,
primeras borracheras, iniciaciones sexuales, declaraciones de amor no
correspondido; en otras palabras, todas aquellas actividades que forjan la
experiencia adolescente de la clase media limeña. El distrito en el que todo
esto ocurre, el desangelado Magdalena, es más que un decorado, pues en él se
refleja, y acaso también se promueve, aquella degradación sistemática que lleva
a toda una generación, a toda una ciudad, a la decadencia colectiva.
Inicialmente,
Hudson el redentor da la sensación de ser un libro consagrado a la
juventud; más que eso, al paso de la adolescencia a la adultez. Por eso, como
muchos otros libros que se han dedicado a ello, hay en sus páginas una tensión
constante y permanente entre la inocencia y la corrupción de ésta. Aquellos
personajes, entrañables y ásperos a la vez, que aparecen al inicio del libro no
son los mismos que evolucionan a lo largo de éste hasta su final. Cuando se
cierra el libro, uno se queda con la sensación de que, lentamente, algo se ha
desgastado, dejando lugar a cierta forma de asfixia, no exenta de afectación,
tal y como lo escribe el Chato en las líneas que cierran el relato final: “Y
así termino mi carta, Laurita. Así, con estas ganas locas de morirme, te digo
adiós. No espero una respuesta tuya. No espero volver a verte. No espero
arrepentirme de ninguna de las líneas de esta carta que, en este preciso
momento, me dirijo al correo pata enviarte”. Las líneas que se envían no son
las que tienden puentes entre dos personas sino las que hacen las veces de
ruptura. Con el final de la carta, y también el de la lectura, llega el término
de un ciclo y el comienzo del otro, no contado, aunque sí anunciado, el de la
adultez grisácea, vacía de palabras.
Sin
embargo, Hudson el redentor es más que un libro de juventudes llenas de
renuncias. Tal y como lo indica el título, es antes que nada un conjunto de
relatos en los cuales los personajes buscan, de manera consciente o no, la
salvación. Se trata de una necesidad desesperada que hace del amor y la
literatura los medios de redención. El amor, o la promesa de él, es el de la
joven Laurita, evocación y caricatura de la musa petrarquista, la cual es
anhelada por todos los chicos del barrio sin que nadie tenga verdadero acceso a
ella. Musa esquiva, coqueta, a veces cruel, pero también pura y condenada a la
miseria, Laurita encarnará aquel amor que, de tan inaccesible, se convierte en
un ideal y una razón de vivir. No es necesario decir que es justamente esta
misma distancia con respecto de los chicos del barrio la que convierte las
ilusiones empeñadas en ella en fantasmagorías de algo que nunca llegará.
En
cuanto a la literatura, solamente dos de los personajes, el Chato y Hudson, la
acosarán con toda la energía y el entusiasmo del que son capaces. Digo esto
porque en la Lima del libro, lo mismo que en la literatura de tantos otros
escritores peruanos, la literatura aparece para hacer adiós desde lejos sin
dejarse nunca alcanzar. Por eso, Hudson, joven misterioso seguro de ser un
genio literario, termina cediendo a la desesperanza de botellas de alcohol y
colillas de cigarrillo en bares de mala muerte. En cuanto al Chato, autor del
último relato, la resolución es tan radical como sugerida: al terminar el libro
abandonará a los suyos, la jauría de Magdalena, para ingresar a la universidad
y descubrir en ella la literatura. Contaminado de lecturas, entre otros Julio
Ramón Ribeyro, adquirirá una mirada de insatisfacción y descontento que
parasitará su sentimiento con respecto del barrio y de aquellos que dejó.
¿Pero
cómo alcanzar la redención cuando, progresivamente, todo parece perder sentido?
Conforme se avanza en las páginas de Hudson el redentor, la vida cerrada
y autosuficiente del barrio, va dejándole su lugar a una apertura hacia la
ciudad en la cual entran los jóvenes. Y su ingreso no se realiza bajo los
auspicios del triunfo sino más bien como una sistemática derrota. De ahí que,
poco a poco, haga su ingreso una forma de violencia más social y estructural. A
medida que el lector avanza en su lectura, las alusiones a la historia peruana,
los primeros años del fujimorismo, se hacen cada vez más numerosas, así como más
determinantes sus consecuencias. Por eso, descubrimos que si aquella banda de
adolescentes perdió la inocencia lo hizo, entre otras razones, porque todo un
país, tan joven como ellos, también lo estaba haciendo. Encuentra sentido, por
eso, el subtítulo que, originalmente, se le dio al libro: “Otros relatos
edificantes sobre el fracaso”. Ironía macabra la del autor que lo lleva a
programar la lectura de esa manera, se trata de una fórmula que, confiriendo un
aliento edificante al fracaso, termina dándole un carácter moral a la ficción.
A
mi parecer, Hudson el redentor es el libro mejor logrado de Diego
Trelles Paz. De ahí que suscriba punto por punto lo que Guillermo Fadanelli
dice en el prólogo, aquello de que se trata del libro que “reúne de forma casi
natural las pasiones que pusieron en movimiento mi vida durante casi dos
décadas”. ¿Quién no reconoce en las páginas del libro aquella vida de barrio
por la que todos pasamos, ese despertar a la adultez en la cual el gesto se
hace rito y el rito anuncia ya la resignación? Sin embargo, lo extraordinario
en el arte con que Diego Trelles Paz representa todo aquel universo barrial no
es qué tanto nos reconocemos en él como la indoblegable convicción con la cual
elabora una alegoría de las esperanzas resquebrajadas. De ahí, que me haya
hecho recordar a otro escritor, peruano también, quien varias décadas atrás
inventara al antecesor directo del “Chato”. Me refiero a Oswaldo Reynoso quien,
en Los Inocentes, nos regalara al inolvidable “Colorete”, un joven en
búsqueda de “un corazón a la altura de su inocencia”. La misma inocencia con la
cual los lectores asistimos a la debacle de una juventud, una inocencia
culpable de ir a contracorriente de sueños y convicciones.
Pueden leer el texto original en http://sub-urbano.com/un-corazon-a-la-altura-de-su-inocencia-hudson-el-redentor-de-diego-trelles-paz/
Agradecimientos especiales al autor de la reseña Félix Terrones y a la página www.sub-urbano.com
Agradecimientos especiales al autor de la reseña Félix Terrones y a la página www.sub-urbano.com
Buenas. Gracias por compartir. Un detalle: normalmente, se coloca el enlace del cual se ha tomado el texto entero. En este caso, la revista SUBurbano. Saludos cordiales. Félix
ResponderEliminarMuchas gracias Félix. Te pedimos las disculpas del caso por la omisión. Esperamos haberlo subsanado. Saludos
Eliminar/No, no, nada que disculpar. Más bien, gracias por la corrección. Reciban un saludo cordial. Félix
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